Entrar a Di Massimo es como viajar a la pequeña Italia del DistritoTec. Fotografías en blanco y negro de estrellas del cine italiano cuelgan de una pared de ladrillo, del otro lado máscaras traídas de Venecia decoran el lugar. Al fondo del local, una pantalla proyecta documentales de aquel país que puedes disfrutar acompañado de una copa de vino y un platillo clásico de la región de Emilia-Romaña.
Este pedacito de Italia se encuentra en el local 119 de Av. del Estado, una ubicación que podría parecer curiosa para un restaurante de este estilo: una calle cuya primera cuadra está dedicada principalmente a papelerías, tiendas de conveniencia y restaurantes de comida rápida. Sin embargo, tras las adecuaciones de la Rotonda Garza Sada y las nuevas banquetas que llegan hasta la calle Filósofos, la vibra del lugar se siente diferente.
«La zona ha cambiado mucho, por varios factores. Cuando empecé aquí era muy joven», recuerda Massimo Bellosi, dueño del restaurante. Fue hace ya veinte años que emprendió el camino de establecer su negocio, dos años después de haber llegado a Monterrey. Vino a esta ciudad a sus 27 años porque su papá trabajaba aquí, pero no tardó en extrañar la comida de su país.
«Como no hacía nada y tenía mucho tiempo libre, empecé a cocinar para algunos amigos y quedaron maravillados. Estas cenas se hicieron cada vez más frecuentes».
Massimo comenta que la elección de su local fue algo fortuito. Intentó primero en el Barrio Antiguo, pero vio como una oportunidad el estar cerca del campus del Tec de Monterrey, una ubicación que le permitiría dar un servicio más internacional, tanto para los estudiantes extranjeros como para diversificar la opción de comida a los vecinos de la zona.
En sus inicios, el diseño del menú de Di Massimo tenía la forma de un pequeño periódico con historias dedicadas al restaurante, al mismo Massimo, la pizza y el vino. Durante el tiempo que escribió esas historias, un día se le ocurrieron las «palabras mágicas» que se volvieron un lema para su restaurante: «probando se aprende». Escribir esas historias era importante para Massimo, pues a través de ellas –y sus platillos– pretendía inculcar el gusto por esta gastronomía.
Massimo aclara en repetidas ocasiones que existe una gran variedad de platillos italianos, pero que muchas veces nos limitamos por lo conocido (desde el espagueti al pesto o a la boloñesa, hasta los ravioles de queso bañados en salsa alfredo, combinaciones de sabores fuertes que eliminan los más sutiles).
«Cambia la forma y cambia el sabor, aunque es agua y harina», explica. Y es que entre las regiones de Italia, un platillo con un mismo nombre puede variar muchísimo, pero Massimo se enorgullece de venir de una región donde «comer es un placer y cocinar es un arte».
«¿Cómo te das cuenta cuando entraste a la Romaña? Que son muy cálidos. Cuando tú pides un vaso de agua y te sirven un vaso de vino».
El mayor compromiso de Massimo es mantener un restaurante único tanto en su calidad como en precios, donde sus clientes puedan tener una experiencia distinta y placentera en todos los aspectos. Para él, lo ideal es «poder compartir una experiencia totalmente italiana porque estamos lejos de Italia (…) el placer de comer, de la buena comida, tres, cuatro tiempos, la sobremesa».
Hace 22 años, el plan de Massimo era otro, pero sentado en su restaurante con una copa de vino enfrente, se nota satisfecho con un último comentario: «me iba a casar con una mexicana, pero me quedé casando con el restaurante».