«Yo nací en San Juan de Los Lagos, Jalisco, un pueblo pequeñito donde en ese entonces vivíamos como 15 mil habitantes», es la frase que escogió David Noel Ramírez para introducirnos a los primeros años de su vida.
Quien hasta hoy se había desempañado como Rector del Tecnológico de Monterrey por un periodo de seis años, creció en un pueblito de la región de los Altos de Jalisco con gran historia: un lugar que vivió los embates de la Guerra Cristera, con una fuerte cultura religiosa y arraigadas raíces mexicanas.
Según relata David Noel, la vida ahí no fue sencilla. La economía del pueblo prácticamente se basaba en la agricultura, por lo que la mayor parte de la población –entre ellos su padre– se empleaba en los amplios campos de siembra. Ante la falta de recursos y las limitadas condiciones de crecimiento, en varias ocasiones su padre tuvo que ir a trabajar a Estados Unidos, dejando a su madre a cargo de la crianza de los seis hijos.
Cumplidos los 16 años, David Noel tenía la ilusión de estudiar una carrera profesional… con la esperanza y la meta bien fija de poder hacerla en el Tec de Monterrey. Entonces decidió enviar una solicitud de beca por correo tradicional, una solicitud que nunca fue respondida. «Decidí tomar un avión, me dirigí a las instalaciones del Tecnológico y pregunté por mi beca», recuerda mientras revive el momento en el que llegó y le dijeron que ya no había presupuesto para becas. «Me dijeron que me regresara e hiciera una solicitud para el siguiente año».
Con $150 pesos en el bolsillo, volver no era una opción. En vez, se dirigió a la iglesia de San Juan Bosco para pedir hospedaje al párroco de la iglesia, quien lo dejó dormir en una colchoneta dentro de la sacristía. «Mis primeras tres noches en Monterrey las dormí en el DistritoTec», recuerda con una sonrisa. Ante su tenacidad –y terquedad, ¿por qué no–, al tercer día le concedieron una beca con la que finalmente pudo iniciar sus estudios.
«Por muchos años viví en la colonia Altavista y era padrísimo. Había muchas familias que nos apoyaban y en ocasiones nos invitaban a cenar», comparte con la intensidad que lo caracteriza. «Como muchos otros estudiantes, me involucré tanto en la colonia que hasta di clases de catecismo por la Calle Naranjos y en la escuela de técnicos del Tec también».
A la par y para poder tener sus tres comidas del día y un poco de dinero para cubrir sus gastos personales, también trabajó cinco horas diarias en el Comedor de Estudiantes y en la Biblioteca del campus. «Yo siempre digo de broma que me gradué del Tec sin conocer el cine porque no tenía tiempo. Aun así fue una etapa muy padre, de mucha capacidad, de entrega, esfuerzo y de ver que aunque las cosas no son fáciles, la adversidad nos hace crecer», reflexiona.
Después de vivir, trabajar y recorrer la zona por casi 50 años, David Noel ha sido testigo de su transformación: por la dinámica de crecimiento poblacional, vio cómo la comunidad pasó de ser una muy unida a ser una individualista, por lo que la iniciativa DistritoTec le pareció un proyecto increíble y necesario para el entorno del Tec.
«Me he involucrado cada vez que me invitan a eventos por la colonia o a dar pláticas para compartir esta filosofía de que tenemos que regresar a tener más comunidad», dice.
Al reflexionar sobre la ciudad, el ahora ex-Rector agrega que para que ésta sea digna, los seres humanos deben tener todo lo necesario para poder realizarse como personas y tener un empleo que les permita crear valor a la sociedad. Para esto se necesita mejorar el transporte, crear viviendas dignas, áreas de esparcimiento y diversión, ya que las ciudades divertidas agregan valor a las personas que por ende aportan más a la sociedad.
«Necesitamos un sistema que propicie este tipo de entornos en toda la ciudad, así como DistritoTec lo ha hecho en las áreas alrededor de la universidad». Para ello, David Noel considera imprescindibles dos acciones concretas que cualquier institución o individuo deben hacer para mejorar su entorno: respetar el ecosistema y participar activamente en la comunidad.
Nuestro deber como seres humanos y ciudadanos, concluye, es humanizar, crear una ciudad para las personas y unir a la sociedad.
«Todo comienzo es difícil, pero todo fin es trascendente y luminoso. Cuando pasen 10 años diremos: valió la pena esta iniciativa, valió la pena transformar esta zona donde las personas son el centro de todo».