Un hombre que salía de su trabajo en una agencia de autos, muere al ser atropellado.
Pierde la vida luego de ser atropellado.
Fallece prensado por auto.
Los diarios dicen tu nombre, pero no hablan de ti. Nos dicen que tenías dos nombres y dos apellidos, que tenías apenas 38 años y poco más. No nos dicen qué dejaste atrás, cuál era la comida que más te gustaba o el recuerdo que más atesoras. No nos cuentan tus sueños, cuál era tu color favorito o a qué equipo de fútbol le ibas. Juan Pablo, los diarios no nos hablan de ti.
Dicen que salías de trabajar en un lugar donde venden autos cuando te mataron y la cruel ironía nos arranca las lágrimas. Te nombran, Juan Pablo, pero lo hacen como si algo extraordinario te hubiera pasado. Te quitaron la vida y se lee como un accidente. Juan Pablo, lo tuyo no fue un hecho fortuito, no estuviste en el lugar incorrecto a la hora incorrecta. Juan Pablo, a ti te mató el diseño de esta ciudad.
Explicó que un vehículo le dio un cerrón por el lado izquierdo y trató de evitar el choque, pero perdió el control de la camioneta.
Y por no chocar se llevó tu vida de encuentro. ¿A quién culpamos de tu muerte, Juan Pablo? No es sólo ése que de un volantazo te cortó de tajo las historias, la familia, los lazos. Comparte culpas la velocidad asesina y el egoísmo de quienes piensan que son más personas por ir en un acorazado. Fueron también tus asesinos la impunidad vial, el desdén por los reglamentos y la prisa mal concebida.
Juan Pablo, los medios te confinaron a una nota roja y al olvido en un pedacito de periódico que se perderá entre pleitos políticos, quejas de baches y escándalos de corrupción. Juan Pablo, perdimos tu vida y no es primera plana. Que la ciudad mate hoy no es noticia y no podemos permitir que vuelva a matar y nos parezca normal.
Juan Pablo, nos duele decir que tal vez nos parezca normal porque somos todos culpables. Quizás todos te matamos y la culpa, ahora, nos mata de a poco a todos. No podemos dejar de pensar que quizás hubiéramos podido hacer algo más para salvarte.
Quizás nos hace falta hacer mucho más para que no sigan siendo arrancados de la calle tantos que como tú se van porque no fueron vistos. Salvar y sacar a la luz a tantos invisibles, anulados, marginados, ignorados, que ni en la muerte alcanzan cifra oficial o siquiera una explicación. ¿Cómo pudieron no verte?, ¿cómo pudimos no ver a las decenas de personas asesinadas este año en la ciudad de Monterrey en hechos de tránsito?, ¿cómo es posible que no tengamos información fiel que nos dé certeza sobre cuántos hechos de tránsito como este suceden en nuestra ciudad?
Te fallamos Juan Pablo y le seguimos fallando como ciudad a esos cientos de ciudadanos que ahorita mismo se desplazan por esta ciudad en un vehículo tan noble como la bicicleta.
Pero no sería justo para ti Juan Pablo, acotar esta carta a la pena o el arrepentimiento. Las lágrimas no absuelven ni reparan el daño. No podemos traerte de regreso, pero debemos buscar con nuestras acciones hacer que el dolor signifique algo más. ¿O vamos a resignarnos respecto a esta violencia vial que nos está matando?
Esta carta, Juan Pablo, es para ti, para que a nadie nunca más le hagan lo que te hicieron. Es un llamado a que el olvido no venza a la memoria –tu memoria y la de tantos otros– y una denuncia. La denuncia descarnada de que perder una vida es demasiado y que perder miles de vidas es insoportable.
Esta carta es también un profundo acto de autocrítica: ¿en qué momento nos dejamos poseer por la violencia del tráfico?, ¿cuándo dejamos de ser personas y nos volvimos gritos ansiosos encarcelados en un auto?, ¿cuándo dejamos de ver como iguales a los que caminan o andan en bici?, ¿en qué momento la velocidad se volvió más importante que la seguridad?
Tu partida deberá traer cambios. Lo tuyo Juan Pablo no habrá de volver a pasar porque nos has abierto los ojos y eso nos obliga a ayudar a abrir los de los demás. No queremos colocar ni una sola bici blanca más. No queremos escuchar de ninguna vida pérdida en hechos de tránsito.
¿Qué sigue? Sigue construir el sueño de ciudad que tenemos las decenas de personas que hemos acompañado este evento y que hoy nos leen: una ciudad donde todos somos visibles, donde todos existimos, donde nos hemos vuelto a querer.