La división, el aislamiento y el miedo están en boga. Los vuelcos electorales a nivel internacional, de éste y del otro lado del Atlántico, lo confirman; los resultados no son más que la amplificación de actitudes y posturas que, consciente o inconscientemente, se han vuelto cotidianas (y que, por cierto, no escapan a nuestra realidad mexicana).
Estas actitudes que ahora tienen eco en las esferas más altas de poder, van desde el permanecer en nuestra burbuja individualista e ideológica y la idea de los muros (no solo fronterizos, también en forma de colonias privadas y bardas que dividen comunidades con diferentes niveles socioeconómicos), hasta el miedo al otro y a lo diferente.
El tema del aislamiento sale a relucir gracias a una fortuita coincidencia: justo cuando Europa y Estados Unidos están en medio de transiciones políticas que van en contra de la idea –utópica, sí, pero esperanzadora– del multiculturalismo, dos artistas (una estadounidense y un europeo) llegan a DistritoTec para tender puentes de diálogo con su arte y colaborar, precisamente, con una cultura diferente a la suya.
«La cultura actual es aislante», dice en entrevista la artista neoyorquina Katie Merz, refiriéndose a la tendencia de ensimismamiento que provoca el estar pegados al teléfono y a la burbuja que crea el uso intensivo del automóvil. «La cosa con la cultura alrededor del automóvil es que siempre estás trasladándote a un lugar, y al mismo tiempo no estás particularmente en ninguno (…) es como si nos desprendiéramos de nuestros cuerpos al estar viendo el teléfono o mientras viajamos en auto, no estamos en el presente».
La referencia es pertinente en el contexto de una ciudad como la de Monterrey, pues la cultura del automóvil está impregnada en la sociedad regiomontana. «El mayor desastre que le pudo haber ocurrido a los Estados Unidos es el sistema de highways o autopistas», reflexiona Merz. «La razón por la que es tan extraña la situación de Estados Unidos es porque en todas las áreas que no son urbanas, las personas únicamente están en su propia cabeza, metidos en automóviles, sin relacionarse con nadie más que sus propias ideas». Y advierte que «eso es algo peligroso, se necesita dialogar».
Katie Merz es una de las artistas seleccionadas para el programa de Arte Público en DistritoTec, una iniciativa que comenzó a visibilizarse a mediados de noviembre y que busca generar un renovado sentido de cohesión a través de intervenciones monumentales. En esta primera etapa participan la artista neoyorquina y el muralista italiano Agostino Iacurci, quienes han marcado con su arte dos imponentes muros en el distrito: Merz intervino con sus jeroglíficos una gran barda en Av. Francisco García Roel que se extiende por la calle Nogales, utilizando barras de óleo blanco sobre un fondo negro; Iacurci pintó una enorme y colorida serie de frutas en el muro que da a espaldas de Pabellón Tec, sobre la calle Asunción esquina con Av. Luis Elizondo.
En tiempos en los que parece prevalecer la división y el aislamiento, el programa de Arte Público de DistritoTec pretende usar el arte como vehículo de comunicación urbana para entablar un nuevo diálogo que magnifique los aspectos humanos que nos unen y nos hacen parte de una comunidad. Con la curaduría de los hermanos Ricardo y Victor Celaya de arto-studio, un estudio mexicano con experiencia en proyectos artísticos y culturales de escala urbana, DistritoTec cierra 2016 y comenzará 2017 con un programa de arte urbano que incluye la intervención de murales y, próximamente, residencias artísticas para vincular a la comunidad con artistas nacionales y extranjeros.
La importancia de deambular y descubrir
Caminar por las calles de la ciudad es una actividad aparentemente monótona, reservada prácticamente para el traslado de un lugar a otro. Nos movemos con rumbo fijo, en modo automático, con la vista y la mente puesta en el destino.
En ese trayecto hay quienes prefieren ensimismarse con audífonos o las distracciones del teléfono, mientras que otros permanecen más alertas ante los peligros de la ciudad: las personas sospechosas, los obstáculos en el camino, el cruce de las calles o la impertinencia de los camiones de transporte público.
Y es que más allá de espectaculares atardeceres o las vistas que nos ofrecen los cerros, hay zonas de Monterrey que carecen de visuales atractivos que nos inspiren a descubrirla a nivel de calle. Por el contrario (y con algunas excepciones), la contaminación visual es lo que prevalece en nuestro escenario urbano: una gran variedad de anuncios publicitarios fijos, el cablerío que cuelga de los postes y caminos bardados o enrejados que aumentan la sensación de inseguridad.
Deambular por las calles debería ser una actividad enriquecedora para poder descubrir, en cada nueva oportunidad, lugares, personajes e historias que nos conecten e inspiren a seguir buscando –y descubriendo– el siguiente rincón interesante de nuestra ciudad.
¿Cómo detonarlo? El arte urbano tiene el potencial de unir y transformar, de manera positiva, los espacios y lugares públicos. También puede detonar el interés de deambular en las calles por el simple gusto de hacerlo, es decir, despertar la curiosidad y el interés de las personas para salir a descubrir nuevos espacios y rincones. En este caso, la propuesta del programa de Arte Público de DistritoTec es a través de una serie de murales que en esta primera etapa fueron donados por el Tecnológico de Monterrey. El objetivo es que las intervenciones despierten el interés de la comunidad por activar, mediante el arte, las calles del distrito para hacerlas más interesantes, amenas, caminables y llenas de vida.
No es casualidad que los dos artistas urbanos involucrados en este proyecto crecieran y sigan manteniendo una íntima relación con la calle y el espacio público. Tanto Katie Merz como Agostino Iacurci comenzaron apropiándose de la calle como el lienzo de su preferencia.
Iacurci es originario de Foggia, una pequeña provincia al sur de Italia cuya población apenas rebasa las 150 mil personas. «Vivíamos en la calle, era todo lo que teníamos», recuerda Iacurci de su niñez y adolescencia. «He pasado toda mi vida en la calle, ese es nuestro espacio público y lo vivíamos al máximo. Relacionarme con la calle es algo natural para mí».
Esa relación con el espacio público es igual de cercana en el caso de Merz, quien creció en el Brooklyn de la década de los setenta, en plena ebullición de expresiones artísticas como el arte urbano, el hip-hop y el punk. «Yo veo a la ciudad y a los barrios como una persona, como una especie de entidad viviente en donde todos son parte del otro, entrelazados».
Esta íntima aproximación al espacio público es la que pretende contagiar el programa de Arte Público de DistritoTec.
«Me siento honrado de participar con DistritoTec», dice Agostino Iacurci. «Me gusta la idea del programa continuo, de largo plazo. Actualmente hay una tendencia de hacer eventos y festivales con intervenciones artísticas en donde todo pasa muy rápido. La transformación es casi instantánea y se pierde el contacto con lo que está pasando momento a momento. Me gusta la idea que aquí pasa poco a poco, el desarrollo es más orgánico».
«El arte, en general, provoca una reacción física (…) es importante para la reflexión».
— Katie Merz
Los jeroglíficos de Katie
La sensibilidad que tiene Katie Merz con el espacio público y la calle se debe en gran parte al ambiente familiar en el que creció.
«Mis padres eran arquitectos y construyeron nuestra casa en lo que se podría llamar un barrio malo», recuerda. «Pero no le teníamos miedo, la ciudad era nuestra (…) mis padres nos enseñaron a plantar árboles en todos lados, realmente estaban comprometidos en hacer de nuestra comunidad un lugar verde». De alguna manera Merz desarrolló a muy temprana edad una especie de vocación por el servicio cívico a nivel comunitario, de ahí su interés por sacar su arte de la galería a la calle.
La primera vez que experimentó el diálogo que crea el arte en la calle fue a mediados de los ochenta, cuando decidió colocar una pieza («un gran cubo negro») en Lower Manhattan, en lugar de exhibirlo en el salón de la clase de escultura cuando estudiaba en Cooper Union.
«No quería permanecer en una burbuja, la escuela es una burbuja, la academia es una burbuja», y ese mismo método lo llevó a la práctica años después como profesora, cuando le asignó a sus alumnos algunas intervenciones de dibujo afuera del aula, en un radio no más lejano a diez calles de la universidad. «Es más divertido afuera, no hay que esperar la aprobación de una galería».
Después de graduarse, Merz se dedicó varios años a pintar paredes en casas, tiendas y clubes nocturnos de Nueva York. Su mayor inspiración viene del mismo Brooklyn, de la configuración de sus espacios y la comunidad, así como de dibujos, cartones, la arquitectura y el contexto del lugar a intervenir.
El proceso de Katie Merz es espontáneo y fluido, no parte de una idea preconcebida. «Todo sucede en el momento», explica, «trato de posicionarme en el absoluto presente y espero que eso se proyecte».
Sus jeroglíficos cobran vida a partir de una lista de palabras que lleva consigo. «Solo son palabras aleatorias que me llevan a hacer una figura, esa figura me recuerda a otra cosa (…) así continúo hasta que alguien se acerca y me cuenta alguna historia. También tengo que mirar a mi alrededor para seguir plasmando cosas, la manera en que me siento y la experiencia que estoy viviendo en el momento ayudan».
El mural que hizo en DistritoTec es, sin duda, el más grande que ha intervenido: poco más de 450 metros cuadrados. La barda se ubica sobre la Av. Francisco García Roel, entre las avenidas Junco de la Vega y Jesús Cantú Leal, un trayecto que genera poca interacción peatonal y que, por el contrario, presenta mucha actividad de automóviles. Mientras estuvo trabajando en esa barda, sucedió algo curioso: personas que caminan por ahí y que normalmente no se detienen, pausaron su trayecto para quedarse unos minutos a ver qué sucedía (incluso automóviles detuvieron su paso para curiosear). «La gente ha sido muy interactiva y amable, se puede ver que hay una necesidad por ver este tipo de cosas», dice Merz.
La serie de jeroglíficos invita al espectador a examinar la barda en pausa, con detenimiento. «El arte, en general, provoca una reacción física (…) es importante para la reflexión», explica Merz, quien incluso ideó una dinámica que le da continuidad a su intervención fuera de su ubicación: algunas personas que se detuvieron a interactuar con la artista dejaron su correo electrónico para que Merz pueda conocer sus impresiones y plasmarlas después en su blog.
«Cuando trabajo soy como un trabajador de la construcción, soy parte de la maquinaria».
— Agostino Iacurci
Las frutas frescas de Agostino
Agostino Iacurci comenzó haciendo grafiti en 1998, cuando apenas tenía 12 años. «Fue lo primero que hice no como artista, sino como persona que quería expresarse», dice en entrevista.
Ese interés de expresarse públicamente coincidió con el auge de los blogs de arte a inicios de la década anterior, así como la aparición de artistas urbanos italianos de la talla de Blu o Ericailcane. En su adolescencia, Iacurci también se interesó por la cultura underground del cómic, con una fuerte dosis de sátira y crítica política. Después del grafiti decidió formalmente canalizar sus inquietudes artísticas para estudiar ilustración y grabado en la Academia de Bellas Artes de Roma.
«El grafiti me dio un lenguaje para hablar con personas, pero quería dirigirme a un público más grande», y es por eso que su atención se volcó a los murales. Por mera coincidencia su trabajo se asocia a lo monumental, pues las comisiones artísticas en las que ha participado se caracterizan por el gran tamaño de sus intervenciones. Las frutas frescas que decidió pintar a espaldas de Pabellón Tec no son la excepción.
«Me interesa el paisaje, no me importa hacer cosas grandes lo único que busco es ser proporcional al paisaje», explica Iacurci, mientras reconoce que la monumentalidad «le agrega algo» adicional a su trabajo. Al preguntarle sobre los trabajos de gran escala, Iacurci confiesa que «siempre da un poco de miedo, ese es el primero sentimiento», pero al final la responsabilidad de sacar adelante el trabajo prevalece.
Sobre su proceso de trabajo, el artista italiano dice disfrutar la exploración intelectual previa. «Para mí, la parte divertida es la ideación, cuando estoy en mi estudio y comienzo a hacer collage, dibujos, impresiones e investigación sobre el lugar de la intervención y su contexto». Pero al momento de subirse a la grúa a plasmar su idea, se transforma: «cuando trabajo soy como un trabajador de la construcción, soy parte de la maquinaria».
La intervención que Iacurci realizó para DistritoTec partió de una idea muy compleja que aterrizó en una referencia muy simple: frutas. «La fruta expresa muy bien esta idea de algo simple, cotidiano, pero que al mismo tiempo tiene un trasfondo complejo», explica. «La fruta en sí misma es la culminación de un ciclo, pero también las semillas reflejan el inicio de algo (…) la parte más importante de este mural es la colección de semillas, que al madurar le dan la información a alguien o algo más».
En la intervención se pueden identificar frutas como el aguacate o la papaya, pero Iacurci también juega con la percepción del espectador. «Comencé con frutas muy comunes, y como la cuadrícula era enorme me dio por inventar algunas frutas que a simple vista parecen irreconocibles. Me gusta interactuar con esa idea, lo impredecible».
Como contexto previo, Iacurci recibió información de los alrededores inmediatos de la barda; evidentemente la cercanía del Tecnológico de Monterrey influenció su trabajo. «Arto-studio me contextualizó sobre DistritoTec y la universidad, así que me enfoqué en el nacimiento de las ideas: de cómo una idea crece y lo asocié al Tec y la tecnología», y de ahí la referencia a las frutas y las semillas.
Iacurci no tiene un objetivo determinado al plasmar sus murales. «Me interesa despertar la curiosidad, es todo (…) Pienso en términos visuales, cuando veo un espacio, veo un contexto y lo primero que hago es pensar cómo lo haría un pintor: ¿qué tipo de composición cabe mejor en este espacio para provocar una mejor interacción?».
De su experiencia en Monterrey y en DistritoTec, Iacurci se queda con la oportunidad de participar en un proyecto de largo alcance como lo es el Arte Público, pero también con la oportunidad que le otorgó ese muro a espaldas de Pabellón Tec para jugar, como nunca antes, con la composición y los colores.
«En este paisaje tuve mucho espacio para inventar, normalmente veo el contexto de los edificios a mi alrededor para de ahí seleccionar la paleta de colores, pero en este caso fue diferente. La pared sobresale en la calle y es gris, lo que me permitió la neutralidad completa para incluir todos los colores que siempre quise meter en un mural».
Además de los beneficios estéticos y visuales, llevar el arte a espacios y lugares abiertos tiene como propósito motivar la curiosidad y el interés por la cultura y la educación; en general, mejorar nuestro entorno urbano. Con un entorno más vistoso e interesante podemos llenar de vida y actividad a nuestro distrito.
Con este programa de arte público, en DistritoTec queremos acercar el arte a la comunidad para provocar que las buenas cosas sigan sucediendo.