Café Limón es una gran idea porque apuesta por brindar una experiencia de pausa y cariño en una ciudad habituada a pensarse ajetreada. Descubre cómo en compañía de un café es posible encontrarse con otros y hasta con uno mismo.
Roberto Pineda es propietario del Café Limón, un pequeño café ubicado sobre Junco de la Vega, en la colonia Altavista, que desde que abrió sus puertas se convirtió en uno de los negocios más entrañables de la zona.
“Elegí esta zona porque es el vecindario en el que he vivido por casi 10 años, me gusta mucho, porque es tranquilo, limpio y como que ya me encariñé”.
Roberto cuenta la historia de Café Limón en un tono suave y pausado, contrasta con el tono que usan típicamente en Monterrey y en ello deja ver lo mucho de él que está plasmado en su café.
De sus 29 años de vida, lleva 15 de ellos viviendo en Monterrey y 5 con la vida entrelazada al Café Limón.
“Siempre me gustó este local, veía los negocios que pasaban por aquí –que la mayoría eran tacos– pero yo quería poner algo diferente. Cuando me acerqué al rentero, él se negó porque había tenido malas experiencias con los negocios pasados que maltrataban el local, así que pensaba en convertirlo en bodega”.
“Le conté de mi idea, le hice una presentación de mi proyecto y de lo que había trabajado anteriormente, le gustó tanto que me brindó la oportunidad. Estoy encariñado con esta colonia, por eso decidí establecer mi negocio aquí”.
Le pregunto si alguna vez fue el rentero a verificar que sí le hubiera hecho caso. Responde entre risas que sólo le vio una vez.
Roberto habla del café como si hablara de un pariente cercano. Cree que es esencial acompañar todo el proceso hasta llegar a la taza de café. En Café Limón compran el café en verde, lo tuestan, lo preparan, y defienden toda una idea de lo que es darse tiempo para beberlo.
“De nada sirve tener un café especial, con un precio muy alto, si se usan herramientas comunes y corrientes”, sentencia Roberto y luego añade que parte de lo que hace que el Café Limón se sienta especial es que en su elaboración se busca llevar a otro nivel cada parte del proceso. Es, de hecho, un fuerte compromiso personal con el para qué de lo que hace.
“Mis compañeros dicen que yo estoy casado con el café”, confiesa.
Sin embargo, llegar a este punto no ocurrió ni recientemente, ni de la nada, es algo que Roberto traía desde su infancia, que pasó en el estado de Guerrero. Cuenta que su abuelo tuvo mucho que ver en su pasión por el café, pues cerca de donde es su familia hay regiones cafetaleras.
Comenta, en ese mismo tono suave, que a su abuelo donde más le gustaba trabajar cuando era niño era en las cafetaleras.
“Lamentablemente él [su abuelo] no se dedicó a eso, pero siempre tenía el hábito de tomar café, de comprar cierto café, comprarlo en verde, tostar el que a él le gustaba. De ahí nace mi deseo de yo buscar siempre el café que a mí me agrada, no lo que me ofrezca el mercado nada más”.
Le pregunto que si recuerda cómo tomaba el café su abuelo. Negro, responde en seco. Luego comienza a narrarme una historia al respecto.
“Teníamos un moka pot, que es una cafetera italiana de estufa, yo se la eché a perder cuando era niño porque una vez le puse leche en lugar de agua y ya nunca la volvimos a usar”, recuerda Roberto entre risas.
Le pregunto que cómo se toma el café él.
“Yo tomo café conforme mi estado de ánimo, por ejemplo, si voy a estar sentado un buen rato y quiero hacer ciertas cosas, no voy a tomar uno pequeño, lo que quiero es cantidad. Si solo tengo un pequeño espacio en mi día, entonces prefiero un espresso”.
“Yo soy muy abierto a los sabores, me gusta negro, con leche, incluso si vienen de otros lugares me interesa probarlos. Como te digo no soy purista”.
Le insisto que qué toman sus clientes. No hay una respuesta sencilla, pero coincide en que la gente que va a Café Limón es la gente que sabe darse y disfrutar de un momento de paz.
A pesar del empeño a cada detalle que le da al Café Limón, Roberto no cree que lo que él hace es arte y más bien evade la posibilidad de etiquetar su actividad. De fondo es como si viera en todo este tema un pretexto para hacer lo que a él más le gusta e incluso para que otros puedan encontrarse.
“Mucha gente de la que viene es de aquí de la colonia, incluso personas ya grandes se reúnen aquí, ven a Café Limón como un punto de encuentro, eso me gusta mucho, que no solamente vengan, paguen y se vayan, como pasa en las cadenas comerciales, sino que aquí puedan hacer amistad con personas que tienen cosas en común y pasen un momento agradable”.
Al tener a Roberto sentado frente a frente resultaba imposible evitar preguntarle por qué “Café Limón”. Responder le agobia, no le gusta ahondar en los tecnicismos del café, y cuenta que a veces miente y dice que es porque así se apellida para no tener que profundizar en el tema.
Con un poco de insistencia acepta dar la respuesta.
“En los cafés convencionales encuentras sabores más oxidados, muy amargos, agrios, cosas que no tienen nada que ver con el café”.
Roberto cuenta que cuando recién empezó a probar los cafés le ocurrió lo que a muchos de los novatos: los sabores que dominan en la percepción son más bien ácidos porque son también de los que más llegamos a conocer por nuestra alimentación.
Termina la explicación y sólo repite que él no es un purista, que a él sólo le gusta el café.